“Los niños no tienen infartos, ¿verdad?”
Por Jonathan Dienst / The New York Times
Mi hijo Jared yace en una cama en el hospital New York-Presbiterian Weill Cornell, cojo y pálido, con su cuerpo de 7 años amarrado a una maraña de tubos y cables de monitoreo.
Una neuróloga, la doctora Maurine Packard, estaba de pie a su lado. “Jared”, recuerdo a ella haberle dicho. “Pon atención a lo que te digo”. Y luego, con voz fuerte y firme: “El granero es rojo”.
Ella espero unos momentos, y preguntó: “¿De qué color es el granero?”
Jared empezó a contestar, luego se congeló. Mi esposa y yo, sentados detrás de Packard, nos congelamos también.
Dos días antes, él había sido un niño de segundo grado feliz y atlético, un niño hermoso a quien le gustaba jugar béisbol y baloncesto en el parque. Ahora él no podía caminar; tenía que esforzarse por recordar el color de un granero. Él trató de nuevo, y luego contestó con una voz suave y arrastrando las palabras. “No”, dijo Jared.
Packard hizo un movimiento de cabeza, como si fuera aquella la respuesta que estaba esperando.
Antes del 23 de junio de 2008, mi esposa, Victoria, y yo jamás habíamos oído decir de un niño que hubiese tenido un derrame cerebral. La mayoría de las personas, muchos médicos incluidos, todavía no lo han oído decir. En los agonizantes meses siguientes, nosotros lo oímos una y otra vez: “Pero los niños no tienen infartos”. Cuán poco es lo que sabemos. Resulta ser que el infarto, según algunos cálculos, es la sexta causa principal de muerte en infantes y niños. Y los expertos dicen que los médicos y hospitales tienen que ser mucho más dinámicos en detectarlo y tratarlo.
La doctora Rebecca N. Ichord, directora del programa de infarto pediátrico del Children's Hospital of Philadelphia, quien continúa estando profundamente envuelta en el cuidado de Jared, dijo que, a pesar de que condiciones como la migraña y el envenenamiento pueden causar síntomas similares, “los proveedores de salud de primera línea tienen que tener el infarto en su pantalla de radar como una posible causa de enfermedad neurológica repentina en los niños”.
El doctor Heather J. Fullerton, un destacado investigador de infarto pediátrico de la Universidad de California, San Francisco, fue más enfático todavía. “Cuando un niño llega a la sala de emergencia con síntomas parecidos al infarto”, dijo Fullerton, “debe considerarse como un infarto a menos que se demuestre otra cosa”.
Una pequeña parte del cerebro de Jared había resultado dañado. Parecía ser un infarto isquémico, y el daño probablemente fue causado por un coágulo sanguíneo. Los médicos alabaron a mi esposa por su rápida decisión de llevar a Jared al hospital inmediatamente.
Mas, a pesar de todos los esfuerzos, jamás pudimos descubrir qué fue lo que causó que nuestro hijo de 7 años tuviera un infarto. Sabemos lo afortunados que somos de tener un buen plan de seguro de salud. Las facturas médicas por los procedimientos de emergencia de Jared y los cuidados intensivos se acercaron a una cifra de seis dígitos.
Sin embargo, dicen los expertos, con demasiada frecuencia un infarto en un niño será pasado por alto. Fue en parte por este motivo que Jared accedió a permitir que sus padres compartieran esta historia.
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Recuperado el 24 de enero de 2010, de http://www.elnuevodia.com/losninosnotieneninfartos,¿verdad?-663429.html
Foto de http://www.nph.org/ml/images/pictures/volunteers/opportunities/nurse-internal-clinic.jpg
Mi hijo Jared yace en una cama en el hospital New York-Presbiterian Weill Cornell, cojo y pálido, con su cuerpo de 7 años amarrado a una maraña de tubos y cables de monitoreo.
Una neuróloga, la doctora Maurine Packard, estaba de pie a su lado. “Jared”, recuerdo a ella haberle dicho. “Pon atención a lo que te digo”. Y luego, con voz fuerte y firme: “El granero es rojo”.
Ella espero unos momentos, y preguntó: “¿De qué color es el granero?”
Jared empezó a contestar, luego se congeló. Mi esposa y yo, sentados detrás de Packard, nos congelamos también.
Dos días antes, él había sido un niño de segundo grado feliz y atlético, un niño hermoso a quien le gustaba jugar béisbol y baloncesto en el parque. Ahora él no podía caminar; tenía que esforzarse por recordar el color de un granero. Él trató de nuevo, y luego contestó con una voz suave y arrastrando las palabras. “No”, dijo Jared.
Packard hizo un movimiento de cabeza, como si fuera aquella la respuesta que estaba esperando.
Antes del 23 de junio de 2008, mi esposa, Victoria, y yo jamás habíamos oído decir de un niño que hubiese tenido un derrame cerebral. La mayoría de las personas, muchos médicos incluidos, todavía no lo han oído decir. En los agonizantes meses siguientes, nosotros lo oímos una y otra vez: “Pero los niños no tienen infartos”. Cuán poco es lo que sabemos. Resulta ser que el infarto, según algunos cálculos, es la sexta causa principal de muerte en infantes y niños. Y los expertos dicen que los médicos y hospitales tienen que ser mucho más dinámicos en detectarlo y tratarlo.
La doctora Rebecca N. Ichord, directora del programa de infarto pediátrico del Children's Hospital of Philadelphia, quien continúa estando profundamente envuelta en el cuidado de Jared, dijo que, a pesar de que condiciones como la migraña y el envenenamiento pueden causar síntomas similares, “los proveedores de salud de primera línea tienen que tener el infarto en su pantalla de radar como una posible causa de enfermedad neurológica repentina en los niños”.
El doctor Heather J. Fullerton, un destacado investigador de infarto pediátrico de la Universidad de California, San Francisco, fue más enfático todavía. “Cuando un niño llega a la sala de emergencia con síntomas parecidos al infarto”, dijo Fullerton, “debe considerarse como un infarto a menos que se demuestre otra cosa”.
Una pequeña parte del cerebro de Jared había resultado dañado. Parecía ser un infarto isquémico, y el daño probablemente fue causado por un coágulo sanguíneo. Los médicos alabaron a mi esposa por su rápida decisión de llevar a Jared al hospital inmediatamente.
Mas, a pesar de todos los esfuerzos, jamás pudimos descubrir qué fue lo que causó que nuestro hijo de 7 años tuviera un infarto. Sabemos lo afortunados que somos de tener un buen plan de seguro de salud. Las facturas médicas por los procedimientos de emergencia de Jared y los cuidados intensivos se acercaron a una cifra de seis dígitos.
Sin embargo, dicen los expertos, con demasiada frecuencia un infarto en un niño será pasado por alto. Fue en parte por este motivo que Jared accedió a permitir que sus padres compartieran esta historia.
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Recuperado el 24 de enero de 2010, de http://www.elnuevodia.com/losninosnotieneninfartos,¿verdad?-663429.html
Foto de http://www.nph.org/ml/images/pictures/volunteers/opportunities/nurse-internal-clinic.jpg
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