Cuando preguntan: "¿Y por qué?"

Un niño aprende a preguntar alrededor de los dos años, como una forma de conversar, y a partir de ahí da rienda suelta a su curiosidad. Su forma de pensar va siendo cada vez más compleja: el pequeño supone que todo tiene un sentido, un porqué, y quiere conocerlo. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que consultando a sus padres?
Los primeros años de la vida del pequeño transcurren en un círculo muy limitado. Por eso, es lógico que las preguntas iniciales de tu hijo sean muy precisas y estén centradas en sí mismo y en ustedes, en su vida cotidiana.
Más adelante aparecen las dudas sobre el nacimiento, sobre el cuerpo y la sexualidad. Todas ellas surgen de su observación directa (evidentemente, no se refiere al sexo tal y como lo entendemos los adultos). Del entorno en el que crezca, de lo que le cuenten su padre y tú, de lo que oiga y de lo que vea dependerán su autoestima y sus relaciones futuras. Por eso es tan importante que intentes transmitirle una imagen positiva de sí mismo, del sexo y, en general, de la vida.
Desgraciadamente, a veces vivirá de cerca la muerte de un ser querido. En estos casos, no le disfraces la verdad, dile algo como que todos nos tenemos que morir... dentro de muchísimo tiempo. Así colocará este hecho en la categoría de “cosas que van a pasar”, pero en un horizonte tan lejano, que rara vez se convertirá en una preocupación para él.
Al plantearse el tema de la muerte, se cuestionará dónde vamos cuando nos morimos y acto seguido querrá saber quién es Dios, qué pasa si no vamos a misa... Evidentemente, las respuestas, en este caso, dependerán de tus creencias.
Su manera de aprender
Es bueno que los niños pregunten y es bueno responderles, a pesar de los consabidos “pequeños inconvenientes” de esta edad de las preguntas. El primero, que encadenan una cuestión con otra, lo que puede acabar resultando agotador para los padres. Y el segundo, que haber satisfecho su curiosidad sólo nos libra durante una temporada de esa pregunta que considerábamos resuelta para siempre.
Teniendo esto en cuenta, ármate de paciencia cuando tu hijo comience a preguntarte y piensa que ésta es su manera de ampliar conocimientos, de conocer el mundo que le rodea y de acercarse más a ti. Sus múltiples preguntas también le sirven para ensayar las entonaciones del lenguaje y las pautas de la conversación. Y, además, gracias a ellas logra que le dediques un ratito exclusivo de atención, lo que le encanta y le hace sentirse querido y feliz.
Por todo ello, siempre que tu hijo te pregunte, sigue las siguientes reglas de oro para responderle bien:

Escúchale
Aunque sus cuestiones te parezcan tonterías (“¿por qué la nieve está fría?”, “¿cuántos años tiene el caracol?”), para él son fundamentales. Por eso, cuando te las plantee, es importante que se sienta atendido y escuchado. Y esto significa que no debes decirle “por que sí” o “por que no” sin más, sino que tienes que hablarle mirándole a los ojos, dejando a un lado lo que estés haciendo y dedicándole unos minutos sólo para él.
Pero ten cuidado, tampoco confieras a sus dudas más relevancia de la que él mismo les da: sus preguntas naturales y espontáneas deben ser respondidas de la misma manera, con naturalidad y espontaneidad.

Respuesta segura
Procura no condenar su curiosidad ni escandalizarte, aunque sus preguntas sean de lo más comprometidas (“¿qué hicieron papá y tú para tenerme?») o inapropiadas para su edad (“¿qué es la regla?”), para que comprenda que es bueno preguntar y compruebe que siempre que le surja una duda puede recurrir a ti. Si te pilla en un mal momento, dile que espere un ratito viendo un cuento y que enseguida estarás con él para explicarle lo que necesite.

Busca respuestas con él
Si alguna vez no sabes contestar a lo que te pregunta, díselo sin temor a defraudarle, pero en lugar de quedarte con la incógnita, invítale a buscar juntos las respuestas en un atlas, en internet... Así le demuestras que no eres omnisciente, lo que le ayudará a verte más humana/o y a sentirse más cerca de ti. Y también le enseñas a resolver las dificultades.

Limítate a lo que quiere saber
No te adelantes a lo que te cuestionará dentro de un tiempo, porque no te comprenderá. En más de una ocasión te sorprenderá lo fácil que puede ser saciar su curiosidad. Lo importante es que te percates de qué es lo que quiere saber y, sobre todo, por qué lo ha preguntado. Por eso, a veces también conviene preguntarle a él por su opinión.
No te pierdas el viernes que viene una guía completa con respuestas específicas a algunas de las preguntas más frecuentes en cada etapa del crecimiento.

Referencia: Alvarez, I. (2006). ¿Y por qué? El País. Recuperado el día 31 Dic 2006 de http://www.endi.com/noticia/familia/vida_y_estilo/¿y_por_que?/135482

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